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La preventa eterna: conciertos vendidos antes de existir

Texto: Diego Añon
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Mientras los grandes eventos aseguran beneficios con años de antelación, la música pierde espontaneidad y las salas siguen siendo el único espacio real para la escena emergente.

En los últimos meses hemos normalizado algo que, dicho en voz alta, suena bastante absurdo: comprar entradas para conciertos y festivales que se celebrarán dentro de dos años. No es una exageración ni una hipérbole. Ya hay anuncios y entradas a la venta para 2027, como ocurre en el caso de Alcalá Norte, y nadie parece dispuesto a cuestionarlo seriamente.

En la industria musical, lo excepcional se ha convertido en rutina. Y quizá ya va siendo hora de decirlo claramente: esto no beneficia al público ni a la música.

 La anticipación como norma (y como problema)

 Durante años, comprar una entrada implicaba una relación directa con el presente: un disco reciente, una gira en marcha, un momento concreto. Hoy, en cambio, se nos pide que adelantemos dinero para algo que aún no existe, que no sabemos cómo será y que, probablemente, ni siquiera tendrá sentido cuando llegue.

No hablamos de tres o cuatro meses. Hablamos de uno, dos o hasta tres años vista.  

 Esta lógica no tiene que ver con cuidar al público, sino con asegurar ingresos cuanto antes, trasladando todo el riesgo a quien compra. Si tu situación cambia, si el cartel se diluye, si el evento pierde interés, el problema ya no es del promotor: el dinero ya está en caja.

 La excusa de los gastos ya no cuela

 Se repite mucho el argumento de que los grandes eventos necesitan vender entradas con mucha antelación para cubrir los primeros costes. Pero esta explicación empieza a resultar difícil de sostener. Hoy, muchos festivales cuentan con: subvenciones públicas muy elevadas, patrocinadores potentes, acuerdos institucionales, y un modelo de negocio que les permite ser rentables mucho antes de abrir puertas.

 La venta anticipada masiva no es una cuestión de supervivencia: es una estrategia de seguridad financiera. Un modo de garantizar beneficios antes incluso de que el evento exista como experiencia cultural real.

Carteles intercambiables y diversidad de cartón piedra  

 A esto se suma otro problema evidente: la homogeneización de los carteles. Grandes eventos distintos, en ciudades distintas, con programaciones sorprendentemente parecidas. Los mismos nombres rotando año tras año, las mismas giras encadenadas, el mismo público objetivo.

Cuando aparece un grupo pequeño o emergente, suele hacerlo como gesto simbólico: en horarios imposibles, en escenarios secundarios, ante un recinto aún medio vacío. No es una apuesta por la escena. Es relleno.  

 Las salas siguen siendo el lugar donde todo empieza

 Mientras tanto, las salas de conciertos continúan siendo el verdadero motor de la música. El espacio donde los grupos crecen, se equivocan, se foguean y construyen público. El único entorno donde hoy un proyecto emergente puede actuar con sentido y dignidad.

 Consumir música en salas no es un acto nostálgico: es una decisión política y cultural. Es apostar por un modelo sostenible, diverso y real. Es mantener viva una red que, sin apoyo, no sobrevivirá a la lógica de los macroeventos.

 Sin salas no hay escena. Y sin escena, los festivales solo reciclan nombres hasta agotarlos.

 Un posicionamiento claro. Desde aquí queremos decirlo sin rodeos:

No compres entradas para eventos anunciados con años de antelación.
No participes en una dinámica que convierte la música en una reserva financiera y al público en un banco sin intereses. No aceptes pagar hoy por una experiencia que aún no existe y que quizá no necesitarías dentro de dos años.

Compra entradas para conciertos en salas.
Apoya a grupos que están creciendo ahora.
Invierte tu dinero en música viva, cercana y presente.


Porque si aceptamos que la música se planifique como un Excel hasta 2027, lo que perderemos no será solo espontaneidad: perderemos el sentido mismo de la música en directo.

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