JLo en Pontevedra: luces, plumas y playback a ritmo de selfie
 
        
        Jennifer López aterrizó en Pontevedra con todo su espectáculo a cuestas, dispuesta a demostrar que el tiempo no pasa por ella… al menos en lo que respecta al show.
Jennifer López aterrizó en Pontevedra con todo su espectáculo a cuestas, dispuesta a demostrar que el tiempo no pasa por ella… al menos en lo que respecta al show. A las 22:05, con 5 minutos de retraso, una diva siempre se retrasa, arrancaba un concierto que durante los primeros treinta minutos fue una auténtica avalancha visual: tres cambios de vestuario, una pantalla de escándalo, coreografías milimetradas y una ristra de hits que JLo fue disparando sin apenas pausa.
El público, entregado más al postureo que a la música, se volcaba en hacerse selfies antes que en seguir la letra. Mientras, sobre el escenario, la diva del Bronx lo daba todo en un montaje mastodóntico de 30 metros de ancho por 16 de alto que, por momentos, se le quedaba pequeño. El espectáculo visual fue, sin duda, de otro planeta. Pero el sonoro... ahí empiezan los matices.
La banda sonaba potente, sí, pero curiosamente casi invisible, aunque al fondo del escenario se encontraban algunos miembros, eso sí, menos que instrumentos sonaban por los altavoces. Todo apuntaba a una base pregrabada reforzada por apoyos vocales —o directamente playback— que permitían a JLo bailar como si no hubiera un mañana sin soltar ni una respiración fuera de sitio. La sensación de directo real, la verdad, brillaba por su ausencia. A su público, eso sí, le daba igual. Mientras ella hablaba exclusivamente en inglés —con un breve y frustrado intento del respetable para que lo hiciera en español—, la mayoría no entendía ni una palabra. Y tampoco parecía importarles.
Tras un primer tramo cargado de parafernalia y referencias coreográficas que rozaban el número olímpico —más de uno pensó que iba a salir Simone Biles en cualquier momento—, llegó algo parecido a la música. Y ahí, justo ahí, se recordó por qué JLo fue una de las voces más importantes del R&B de los 2000. Fue un espejismo breve, antes de que la performance volviera a engullir todo.
A las 23:00, un miembro de la banda apareció en escena con una guitarra española, sentado como en un tablao flamenco. La escena prometía ser algo especial, aunque terminó rozando el esperpento: JLo cantó “Gracias a la vida”, agradeció el apoyo al público, en un castellano atropellado, y mientras un miembro del staff le colocó un mantón de Manila —sí, muy gallego todo— mientras se sentaba junto a un percusionista con cajón. En ese contexto, se marcó “If You Had My Love” con aires de Lola Flores. Hubo sevillanas. En Galicia. Para más señas: todo sonaba a sampler.
La diva no tiene problema en samplear lo que sea. Durante la noche cayeron fragmentos de Queen, Guns N’ Roses, Moby, Technotronic y hasta Jean-Michel Jarre, porque ¿por qué no? Todo vale si la base rítmica engancha. Y mientras el show avanzaba, los cambios de vestuario también: seis en total, incluyendo bodys color carne, fajas compresoras y monos imposibles que desafiaban la lógica textil. En los pocos primeros planos que regaló la pantalla, se notaban las huellas del tiempo, pero también toneladas de maquillaje que requerirán maquinaria pesada para ser retiradas.
A las 23:33 llegó el mítico “Waiting for Tonight”, tras el quinto cambio de ropa. En “Let’s Get Loud”, sacó al cuerpo de baile con abanicos de plumas al más puro estilo Locomía, en uno de los momentos más kitsch de la noche.
Finalmente, tras otra canción (y ya con el sexto vestuario), JLo se despidió, una hora y cuarenta y cinco minutos. Hubo tímidos gritos de “¡otra, otra!”, pero ni la gente insistió demasiado ni Jennifer parecía muy por la labor de continuar con el show. Fin de fiesta.
El concierto rozó el lleno, pero no lo alcanzó, la organización informó de que había 13500 almas en el recinto, pero con todas las reservas obvias, creo que la cifra real era bastante inferior. Quedó la sensación de que la mayoría vino a ver a JLo, no a escucharla. Y ella, conocedora del juego, les dio justo eso: un espectáculo descomunal, más estético que musical, más Instagram que alma. En resumen: Jennifer López fue una bestia de escenario... pero el sonido, el alma y el sentido común se quedaron en el backstage. O en los archivos pregrabados. Ah, y una caña más templada que fría, y con poco o ningún gas, 5.50€ + 2€ del vasito no retornable, creo que hay quien está perdiendo el norte.
 
    